Éramos piezas de distintos puzles. Ella un trozo de celeste
cielo flotando sobre un mar turquesa, yo polvo de un árido suelo sumido bajo las
largas sombras que provocaba el atardecer . El azar quiso que encajásemos y
además bien fuerte. Tanto como sólo se pueden unir cara contra espalda. No
importaba, nada importaba. Fue único, intimo, memorable, inolvidable. Poco
importaba el mundo, las circunstancias,
todo lo demás. Era tan fantástico todo aquello que nos sentíamos una única
pieza, que a su vez constituía también un puzle completo. Nuestro propio puzle.
Nos separamos. El mundo, las circunstancias, todo lo demás, tomaron
protagonismo y nos reclamaron como un planeta reclama a cuanto que pulula por su
faz. Cada uno en su propio planeta distanciados a una inmensa cantidad de años
luz con tantos ceros que es de esas cifras imposibles de enunciar y de imaginar.
Fueron varias las ocasiones en lo volvimos a intentar. Con
gran esfuerzo pues no es gratis escapar de la gravedad y la órbita del astro que
te sustenta. Probamos de diversas formas y combinaciones, pero no encajamos
igual. En unas hubo más fortuna que en otras y se dieron muchos momentos de
felicidad y mágicos. También aparecieron las épocas oscuras en las cuales ir
juntos era una mutua prisión.
Siempre hubo, y creo que aún perdura, una constante en
nuestra esporádica relación. Nos queríamos, seguramente de distinta forma con
el paso del tiempo. Nos amábamos de manera diferente en entre nosotros y eso nos
desconcertaba. A pesar de todo lo malo, a pesar, también, de todo lo bueno
pienso que ese cariño será imperecedero.
Ahora hace cuatro meses que nada sé de ella, ni ella de mi.
La separación no planificada fue por un mutuo acuerdo no firmado. Supongo que
ambos pensamos que era lo mejor. Simplemente un día dejamos de relacionarnos,
de tener contacto. Para mí fue duro. Al principio la hallaba en todo, cada cosa
que sentía la relacionaba con ella. Dolía su ausencia, pero me convencía de que
eso era lo mejor, para mí y para ella. Me refugié en la monotonía, en dedicarme
más a mí, estar ocupado, no pensar, tener la mente distraída. Funcionó, no dejé
de tenerla muy a menudo en la mente, pero me comenzaba a acostumbrar a que ya
no participara en mi vida. De vez en cuando, salpicaba mi auto impuesta y segura
monotonía con alguna cosilla distinta, alguna pequeña experiencia, para romper
la apatía general. Una chispa en un desierto de sobriedad. No era feliz, pero
no sufría. Y en general, salvo los inevitables momentos de nostalgia, me sentía
bien. Era el objetivo: estar bien solo.
Han sido innumerables las veces que me he sentido tentado de
llamarla. Para evitarlo me forzaba a recordar esas épocas oscuras, las partes
no positivas. No el detalle, ni las acciones o las palabras, sí las
sensaciones. Pero era un recuerdo sin dolor, ni odio, era una consciencia de
aquello que tanto daño nos hizo era también fruto de nosotros y que, si bien ahora
al recordarla añoro todo lo positivo, lo malo también nos pertenece y nos
volvería a herir nuevamente.
Nunca estaremos juntos, al menos, no por demasiado tiempo. Y
me hubiese gustado una vida con ella, una vida a su lado, pero es un imposible
por cómo somos cada uno. De hecho ,no sé si volveremos a vernos o a hablar. Me
gustaría, lo deseo y a la vez lo temo. Espero que ella sea feliz, se lo merece,
que este bien en su entorno, en su puzle, en su planeta. Yo por mi parte y
desde mi mundo lo intento, quitándole las espinas a su recuerdo, no olvidando
nunca que aun la quiero, pero que estamos condenados a ser piezas de distintos puzles.