domingo, agosto 07, 2011

La prisa de los maniquíes


Vivo en un pueblo cercano a Barcelona porque no me gusta la intensidad de la gran ciudad. Se me antoja asfixiante y con ritmo demasiado desenfrenado. Un ritmo que limita el mío y encarcela mi libertad de movimiento.

No es que a 25 minutos de la capital catalana las cosas cambien demasiado, pero algo se nota la diferencia. Una ventaja adicional es que hay menos gente, menos densidad de población y dado mi repelús a las altas concentraciones de homo sapiens sapiens (lo de “sapiens” es una mera nominación, no una obligación, porque en muchos casos sería una muy mala descripción, ejemplo de ello es la tribu de Telecinco) es un aspecto que contribuye a mi bienestar personal.

La ciudad acumula gente y contradictoriamente genera aislamiento y soledad. Una soledad aprendida e inducida por la prisa. Nos protegemos tanto de los demás, de los desconocidos que hasta sus miradas nos molestan. Si usáis el tren de cercanías o el Metro con frecuencia, quizás hayáis observado alguna vez como se sienta la gente. 


En un vagón vacio un grupo de pasajeros desconocidos entre sí, al entrar, tienden a colocarse uno en cada conjunto de asientos (son de cuatro generalmente). Si son más los viajeros se colocan dos, pero no uno al lado del otro ni enfrente, sino en diagonal. Hay una excepción a esta regla y la ponen en práctica aquella gente a la que le importa más el sentarse en el sentido de la marcha que ver disminuido su espacio vital. Como espectáculo es curioso, e incluso gracioso, cómo se da esta distribución homogénea en la ocupación de los asientos. Tiene un “sabor” mecánico.

Nos alejamos los unos de los otros. Hemos sido educados en la desconfianza o la hemos adquirido e interiorizado a través de los medios de comunicación, novelas y películas.

Volviendo al tren, suele resultarnos desconcertante, e incluso ofensivo, en ocasiones, cuando una persona mayor nos da charla. Digo una persona mayor porque en la gente de edad media o jóvenes es rarísimo. Seguramente se deba a la estela de una costumbre de sociabilidad proveniente otras décadas y otros lugares. Ahora la moda está entre ser seco y Harpo Marx sin trompetilla.

Otra práctica singular es cuando los urbanitas salen al campo o la montaña para recorrer sendas o pistas. Siempre que un grupo de gente se encuentra a otro, ya sea que vienen de frente o les adelanta, siempre, se saludan e incluso con entusiasmo. Parece un intento vano de llenar de “civilización” la naturaleza. Estás mismas gentes en la ciudad se ignorarían maquinalmente. Me resulta simpático que no suelen repetirse los saludos, te cruzas con tres caminantes y sus saludos podrían ser “Hola”, “Buenos días”, “¿Qué tal?”. Puede que sea un intento de identidad o distinción respecto a los demás ante un rebaño de desconocidos.

Retornemos una vez más a los medios de transporte público de masas. Algo que siempre me ha sorprendido, y no para de hacerlo es la expresión de la gente, es cuando espera sola, parece que han pasado a modo reposo o que sus consciencia están en un viaje interior por indescifrables caminos. Si tuviese que decirlo en inglés, diría que se ponen “stand-by”. Suelo fijarme en la cara que adoptan cuando están así y me pregunto si no será esa la cara que refleja nuestra esencia o naturaleza. Me explico mejor, una persona que espera el autobús, que viaja en Metro o tren, su faz puede tener un aspecto serio, triste, alegre, sumiso, agresivo, etc… ¿Se asoma en esos momentos nuestra “alma” a la cara? ¿Es ese nuestro verdadero estado subyacente cuándo no se ve cubierto por la interacción con los demás?

Me choca especialmente porque aunque sucede en momentos de gran aglomeración pasamos a modo autista semejándonos a maniquís ignorando todo cuanto nos rodea. Descarto de este grupo a quienes se refugian en un libro o el móvil, porque en cierta forma se están comunicando con “otros”. El resto, continuarán en su pose plástica dejando que la vida apenas se le adivine por los movimientos oculares y el parpadeo.

Pero es un estado transitorio. Se abren las puertas del vehículo de turno y los maniquíes se envenenan de prisa. Se agolpan ante las entradas pugnando por ser los primeros en atravesarlas olvidando unas mínimas normas de conducta social y educación. Cosas tan básicas como  dejar salir antes de entrar, facilitar el paso a personas mayores, embarazadas, con bebés a cuestas o con problemas motrices  son obviadas. Hay incluso quienes empujan sin disimulo para conseguir que el conjunto de sus carnes y vestimentas penetren en el vagón.

Es el día a día del transporte urbano de una ciudad grande.

Otra opción de desplazamiento es usar el vehículo propio. En estos casos muchos al ponerse su traje de hojalata se transforman convirtiéndose en bestias egoístas cuyo único latir se lo proporciona  ganar tiempo,… como sea. Adelantamientos por la derecha, coches pegados por detrás presionando para que corras más (aunque vayas al límite que rezan las señales de la vía) o te apartes, piques sin sentido, maniobras ilegales y contrarias al sentido común, etc,… Lo que haga falta para ganar unos segundos y mantener el ego bien alimentado.

En la cuidad la cosa tampoco es mucho mejor, todo el mundo está expuesto a sufrir los comportamientos caprichosos y anti solidarios de los conductores. Impacientes que gustan obsequiar con conciertos de claxon, gente que aparca en doble fila, en los pasos de cebra, sobre las aceras o el carril bici, los que confunden las calles con su polígono de carreras favorito, quienes no respetan el paso de peatones o la circulación de las bicicletas y esos que en un afán ecologista se ahorran el uso de los intermitente y sobre todo el gesto que lo acciona.

Gente. Gente de ciudad herida de prisa, egoísmo y soledad. Frutos infértiles de la sociedad, víctimas de un ritmo de vida antinatural y enajenante.

 Si te alejas a núcleos de población más pequeños, este comportamiento se relaja, aunque tiene que competir con el efecto globalizador de los medios de comunicación, sobre todo contra la televisión, que inintencionadamente propagan los defectos de la “cima de la civilización” allá donde llegan. A menos gente conviviendo junta, paradójicamente, más humanidad.

Somos prisioneros de nuestro tiempo de trabajo y este nos repercute en la gestión del tiempo libre que tenemos, que siempre es escaso. Creemos que disfrutar sólo consiste en hacer lo que queremos y desaprovechamos otras oportunidades que se cruzan en nuestro camino.

Mucho he escrito y pseudo-filosofado, pero aun me quedan unos párrafos para acabar. Primero porque no quiero dejar esta imagen tan negativa y segundo porque poco he hablado de mí y yo he venido aquí a hablar de mí.

No me atrevo a aventurar hacia donde evolucionaremos  como sociedad. No sé si continuaremos en una línea ascendente de austeridad social y cada vez seremos más apáticos hacia los desconocidos, o si habrá un punto de inflexión donde la gente tome conciencia de que el modelo de vida que llevamos nos asfixia y volvamos hacia un estilo social de aldea o comunidad (pero no de vecinos, que esas sin que son chungas de verdad), menos desconfianza, menos autocontrol, más compartir.
Las nuevas tecnologías, internet, redes sociales, teléfonos “inteligentes”, etc, abren una nueva dimensión. A la vida real hay que sumar la virtual, en la cual la necesidad de interactividad es mayor  y la soledad tiene nuevas curas  experimentales.

Para un cambio la educación es vital. Pero es posible, podemos hacerlo posible.

Yo. Yo suelo ir deprisa por la vida. Mi andar es reflejo de ello, yo no camino, yo voy a velocidad de crucero, eso cuando no decido ir directamente a la carrera. Mis tiempos de desplazamiento están precalculados y los apuro cuanto puedo. Intento, al menos, que mi prisa intrínseca no afecte a los demás. Cedo el paso y el asiento si es necesario. Cuando conduzco suelo ajustarme a los límites, dejar pasar a quienes ansían más velocidad, y tener un manejo del vehículo prudente.  

Soy de los que van armados con un libro en el tren y cuando encuentro asiento, saco el portátil, y preparo entradas para el blog. Me aíslo como todos, puede que incluso más. Mi timidez me hace parecer soso y seco, un asocial, que no un insocial.

Intento minimizar los momentos conciencia durante mis desplazamientos, supongo que porque me aburren por su monotonía o temo encontrarme conmigo mismo, lo cual me aburre aun más. Cuando voy a pie o en coche uso la radio, también al hacer las tareas de la casa. Ocupar la mente, quizás evadir la realidad actual y presente. Más que prisa lo mío son periodos de inexistencia personal.

Lo estoy intentando cambiar. Hay días en los hasta camino despacio para observar todo cuanto adorna mi ruta. Días en los que busco apreciar todo lo maravilloso que hay en los pequeños detalles.  Quiero matar esa prisa y sacar provecho de lo que me es menos grato, poco a poco. Acercarme al mundo, acercarme a mí.

Hay una canción que pone de buen humor e incluso suelo ir canturreándola por la calle.  La comparto con vosotros a través de un intérprete mucho más digno que yo en el uso de las cuerdas vocales.




Fino aquí toda esta mezcolanza de ideas poco desarrolladas (para todo lo que podría y aunque ya es tarde para eso de "lo malo si breve, menos malo", mejor no abusar), de ahí que el texto quede algo inconexo en ocasiones. Si habéis llegado hasta aquí, perdonadme por ello os será mucho más fácil, … espero.

Disfrutad del verano sin prisa, pero sin pausa.

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Hello people.


Hi girls !!!

If you hear “Hurry up. Hurry up!”, say “No!” Enjoy the time, enjoy every microsecond.
Change the “I am busy” by “I am alive” and feel.

I could help you.

Today I don’t ask you for love. Today I have written too much and my fingers are sore… but if you want I can use my tongue to say you nice words on your skin, on your lips.

Kisses, slooooow kisses.